Andando, caminando sobre los árboles,
respirando nubes, empapándome de lluvia no nata,
siento que ese suelo, allá abajo,
que aquellas figuras, que aquellos prados,
los cercados y las casas,
las sendas dibujadas como cicatrices de viejas heridas,
los macizos de flores, las colmenas,
las huellas de los caballos sobre el húmedo césped,
las piedras alineadas como hieráticos ejércitos,
los templos y caseríos,
la niña que agita su brazo para saludarme,
el inerte espantapájaros,
la roca fría, el cambiante arroyuelo,
los sembrados, los montes,
las granjas y sus gentes sencillas y buenas,
el campo de batalla ahora enterrado y silencioso,
el túmulo delatador,
la charca bulliciosa,
todos los trazos,
todas las líneas,
el inabarcable horizonte esférico,
todo me importa,
todo me habla,
y respondo con la piel erizada,
el amor derramado a borbotones,
la inacabable curiosidad,
con cada gesto,
con cada mueca,
proyectando palabras en paradójico silencio
- hay veces que habla el alma-.
Me comprometo.
Y así dará comienzo esta historia.
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Podría encadenar, como él, sonoras expresiones majestuosas,
de esas que construyen templos sagrados con las palabras.
De esas en que cada frase,
cada sustantivo, cada adjetivo, cada pronombre
y hasta cada coma,
son como bloques de granito.
Partes de una larga muralla.
Podría, pero entonces estaría lejos de la sencillez
que requieren las verdades más duras.
¡Qué mala es la jambre!
¡Y qué duro el sufrimiento del otro cuando es tu carne!,
y cómo duele la sonrisa del que puede.
Nos hemos quedado dormidos,
y en nuestros sueños no aparecen quimeras,
sino losas aplastantes.
No hay gritos,
ni lamentos,
ni rebelión,
oprime el silencio entregado,
como si, en realidad, estuviéramos despiertos.
Los soldados muertos no pueden,
aunque lo quieran,
aunque lo intenten,
levantarse a empuñar el arma
y arremeter contra el injusto,
el cruel, el egoísta,
el animal humano que se nutre del sufrimiento.
Hoy el día está gris y gris permanece.
No presagio nada bueno.
El altar del pudiente,
el púlpito del aprovechado,
el altavoz que emite las instrucciones...
Sonidos rancios que deben ser combatidos
con el frescor de las
viejas verdades.
Nadie encima de nadie,
nadie debajo de nadie.
Usaré la violencia si es necesario.
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